Anoche tuve un sueño muy extraño y perturbador. Me desperté en una tienda a oscuras; todo estaba envuelto en sombras y el ambiente se sentía inquietantemente opresivo. No recordaba cómo había llegado allí, pero la sensación de desorientación era abrumadora. Mientras intentaba asimilar la situación, noté algo imposible a través de una ventana: la silueta de un dinosaurio emergía en la penumbra. Sin pensarlo, salí apresuradamente de la tienda y comencé a correr, con la esperanza desesperada de no ser alcanzado. Corría sin rumbo fijo, sumido en una oscuridad casi total, sin ver a nadie más a mi alrededor. Al final del camino, para mi horror, me encontré cara a cara con la criatura. Pero no era un dinosaurio entero, sino solo su cabeza, con unas mandíbulas abiertas de manera inquietante, como si nunca pudieran cerrarse. Esa visión me heló la sangre. Sin poder soportarlo, di media vuelta y corrí hasta llegar a una casa. Entré, convencido de que al fin podría encontrar algo de seguridad en su interior. Sin embargo, la sensación de alivio se desvaneció en segundos: la cabeza del dinosaurio reapareció, exactamente igual, con esas mandíbulas incesantemente abiertas. Fue en ese instante, con el corazón acelerado y una mezcla de terror e impotencia, que desperté.